2. Sostener el rumbo incluso en los “malos días”
Otro aprendizaje importante es entender que los resultados no siempre avanzan en línea recta. Hay semanas donde las métricas bajan, donde las reuniones no se cierran o las campañas no convierten. Y eso no significa que la estrategia esté mal.
Un buen liderazgo sabe distinguir entre una baja temporal y un desvío estructural. Sostener la dirección, aunque los resultados fluctúen, permite tener la perspectiva necesaria para analizar si el problema es puntual o si realmente hay algo que corregir de fondo. Cambiar de plan ante cada tropiezo solo genera confusión y desgaste emocional en el equipo.
3. El reconocimiento/bono debe seguir al resultado, no al revés
En temas de incentivos, una frase que repetimos siempre es: “Donde pongo el bono, pongo el resultado”. El bono o premio no es solo un reconocimiento, sino una herramienta de dirección estratégica. Debe estar asociado a un resultado que movilice el negocio, no solo a comportamientos o métricas intermedias.
Primero hay que preguntarse: ¿Qué resultado concreto quiero lograr este mes o trimestre? Y recién después definir qué comportamientos necesito fomentar para alcanzarlo. De esa forma, el incentivo deja de ser una gratificación aislada y se convierte en una brújula que alinea esfuerzos y prioridades.
Construir objetivos como parte central de tu liderazgo
Construir objetivos efectivos no es una tarea administrativa: es una herramienta de liderazgo. Romper las metas en partes manejables, sostener el rumbo en los momentos difíciles y diseñar incentivos que sigan al resultado son tres prácticas que fortalecen la cultura organizacional de tu empresa. Cuando el equipo entiende qué se espera, por qué se espera y cómo su trabajo impacta en el negocio, se genera algo más poderoso que la motivación aislada: compromiso con el resultado.